

Semillas, fitosanitarios y fertilizantes: las tecnologías que revolucionaron la agricultura en Argentina
Los tres pilares tecnológicos que transformaron la producción agrícola argentina.
Actualidad04 de diciembre de 2025 Campo Industria


Semillas, fitosanitarios y fertilizantes. Las tres revoluciones tecnológicas que hicieron posible el gran salto de la cosecha argentina, superando en varias campañas las 140 millones de toneladas. No fue magia. Fue ciencia aplicada, decisiones regulatorias y miles de productores, cámaras y organizaciones apuntalando el conocimiento a los lotes.
Cuando Alfredo Paseyro repasa la trayectoria de la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), la línea del tiempo es también la del progreso tecnológico del agro argentino. “ASA tiene 76 años y fuimos protagonistas de cada etapa”, dice, destacando además la diversidad del sector: “Tenemos socios de todo origen y antigüedad. Algunos, como Klein, ACA o Gear, ya superan los cien años. Hay una historia de ciencia muy rica en el mejoramiento genético”.
Paseyro suele ubicar el origen de todo mucho antes, incluso antes del propio sector: “Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Gregor Mendel empieza a entender la genética. Ese conocimiento abrió la puerta al concepto de herencia y nos dio las bases para todo lo que vino después”. De allí surgió la hibridación, en diferentes especies de interés comercial, “una técnica que aportó rinde y uniformidad a cultivos que hasta entonces no la tenían”.
La línea histórica continúa con la Revolución Verde, liderada por Norman Borlaug, quien fuera Premio Nobel de la Paz en 1970 por su aporte. “Fue un antes y un después”, recordó. Borlaug fue fundador y creador en 1963 del Centro Internacional de Mejora del Maíz y del Trigo (CIMMYT) de México, que dio origen a las variedades de trigo y arroz de alta producción.
Un salto decisivo llegó con la aparición de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) en la década de 1990. “Fue un quiebre. Argentina tomó decisiones rápidas y acertadas, incluso en medio de cuestionamientos”, afirmó. Y subrayó la valentía de los funcionarios de la época: “Dirigentes públicos, como Felipe Solá (Ministro de Agricultura), tuvieron que decidir cuando nadie sabía si la biotecnología era una amenaza o una oportunidad”.
Ese contexto permitió consolidar dos pilares regulatorios: El Instituto Nacional de Semillas (INASE), creado en 1991, y la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA). También evocó otro hito al respecto. Ya, desde 1973 Argentina se regía bajo los lineamientos de la Ley de Semillas.
La soja RR, resistente al glifosato, fue un importante salto productivo basado en la biotecnología, donde Argentina fue pionera no sólo en adoptarla con la siembra directa sino en crear marcos regulatorios sólidos basados en ciencia”. Después vino el maíz Bt, y más tarde, la apilación de eventos.
Para Paseyro, la biotecnología tuvo dos impactos decisivos: Primero, resolvió problemas concretos como malezas en soja o insectos en maíz. Pero el segundo impacto fue silencioso y enorme: permitió expandir las fronteras productivas de la Argentina y permitió realizar otro manejo.
Ya en los 2000, llegó el mejoramiento asistido por marcadores. “Eso cambió la rutina del breeder. Su tiempo se volcó más al laboratorio y luego al campo con mucha más precisión”.
Desde 2015 hasta hoy, estamos en otra revolución: la edición génica. “Argentina otra vez fue pionera. Creamos una normativa que evalúa el producto final y determina si es OGM o no. Es un sistema moderno y ágil”. Aunque todavía no haya productos comerciales en gran escala, aclaró: “Hoy el mundo todavía debate cómo regular. Ni siquiera la Unión Europea resolvió su norma”.
Pero la revolución más silenciosa es la digital: “Hoy trabajamos con big data, mejoramiento digital, breeding predictivo, speed breeding. Las empresas tienen millones de datos y usan inteligencia artificial para anticipar comportamientos y reducir tiempos. Parece ciencia ficción, pero es real”.
Cuando se le pregunta dónde está el foco actual del sector, no duda: “En la sustentabilidad. Toda creación fitogenética nueva debe responder primero a ese criterio. Es lo que el consumidor, la política y la sociedad nos reclaman”.
La agricultura argentina, afirmó, combina técnicas y prácticas que la colocan en un lugar de liderazgo: “La siembra directa, los fitosanitarios cada vez más precisos, los bioinsumos, donde Brasil lidera y Argentina lo sigue de cerca, y ahora la biología aplicada son parte de un paquete tecnológico conservacionista que nos distingue”.
Para sintetizar todo el recorrido, Paseyro eligió una sola palabra: “Innovación. Eso resume lo que hicimos y lo que hacemos. La historia de la industria semillera argentina es la historia de cómo la ciencia, puesta al servicio del campo, puede transformar un país”.
Fitosanitarios: de las primeras moléculas al manejo integrado de hoy
La historia de los fitosanitarios en Argentina es inseparable de la transformación de sus sistemas productivos. Federico Elorza, coordinador de Gestión Sustentable de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (CASAFE), recordó que el punto de inflexión se produjo con la expansión de la siembra directa y la llegada de cultivos tolerantes al glifosato a mediados de los años 90. “Fue un antes y un después”, aseguró. El control de malezas mejoró, los laboreos disminuyeron y la agricultura adoptó una dinámica más estable.
En ese contexto, el glifosato, comercializado globalmente desde 1974, se consolidó como una herramienta clave en barbechos y postemergencias. El control mecánico perdió relevancia y el manejo químico ganó precisión, con rotación de modos de acción y combinaciones específicas según ambiente, especie y momento del ciclo productivo.
Pero el nuevo siglo trajo un protagonista inesperado: las malezas resistentes y tolerantes. La expansión de sorgo de Alepo, yuyo colorado y rama negra reconfiguró los planteos agronómicos. Hoy, más de 25 millones de hectáreas están afectadas. “La resistencia es el eje del problema; exige manejo integrado”, señaló Elorza. El monitoreo permanente, las mezclas correctas, los cultivos de servicio y las decisiones anticipadas se volvieron indispensables.
La toxicología de los productos también evolucionó. La banda verde —clase toxicológica IV— domina el mercado argentino y responde a mejoras en formulaciones, coformulantes y especificidad. La tendencia es clara: moléculas más seguras, menos tóxicas y diseñadas para actuar con precisión quirúrgica.
La innovación no se detuvo allí: boquillas antideriva, sensores selectivos, equipos de pulverización inteligente y algoritmos que ajustan dosis en tiempo real forman parte de un ecosistema tecnológico que no deja de evolucionar.
Y apareció un nuevo actor que crece a doble dígito: los biológicos. Biofungicidas, bioinsecticidas y los primeros desarrollos en bioherbicidas ya forman parte de las estrategias de manejo. Ocho de cada diez empresas de CASAFE tienen hoy líneas químicas y biológicas en paralelo.
Para Elorza, la sostenibilidad es hoy un condicionante estructural. Programas como Depósito OK, el recupero de envases con CampoLimpio, modelos de destino ambiental y evaluaciones “higher tier” marcan un camino basado en evidencia científica, transparencia y profesionalización.
Fertilizantes: de la fertilidad natural a la ingeniería del rendimiento
Durante gran parte del siglo XX, la agricultura argentina descansó en la fertilidad natural del suelo. Pero después de 1960, la Revolución Verde impulsó la introducción de fertilizantes minerales. La curva de adopción fue lenta hasta fines de los años 80. Recién a partir de 1990 comenzó la transformación.
Según datos de Fertilizar AC, en los últimos 34 años el consumo argentino de fertilizantes creció de 300 mil toneladas en 1990 a casi 5 millones en 2024, con una tasa promedio anual de 8,6 %. El maíz es el principal consumidor, seguido por el trigo y la soja. Los cultivos regionales en conjunto ocupan el cuarto lugar en consumo.
El crecimiento del mercado fue irregular, alternando períodos de expansión (1990–1996, 2003–2007 y 2016–2021) con otros de estancamiento, en respuesta a factores económicos, climáticos, tecnológicos y logísticos.
De todas maneras, desde Fertilizar AC indicaron que la participación de fertilizantes importados aumentó significativamente, representando en la última década más del 60 % del total consumido, mientras que la producción nacional mantuvo una presencia importante, aunque con menor ritmo de expansión.
En la década de 1970, PASA Fertilizantes (Ahora Bunge) instaló en Campana (Buenos Aires) la primera planta de urea del país, modernizada en 1996 hasta alcanzar una capacidad de 180.000 toneladas anuales.
En tanto, en 2004 esa planta de Campana se amplió para producir tiosulfato de amonio (fertilizante líquido azufrado), marcando el inicio de la producción nacional de fertilizantes con azufre.
A fines de los años '90 Profertil construyó una planta de urea en Ingeniero White (Bahía Blanca), que comenzó a operar en 2001 con una capacidad de 1,2 millones de toneladas por año. Actualmente produce 1,32 millones de toneladas de urea granulada por año.
En 2006 Bunge inauguró una planta de superfosfato simple en Puerto General San Martín (Santa Fe), de 240.000 toneladas anuales, y en 2008 instaló otra en Ramallo (Buenos Aires) con 180.000 toneladas de capacidad del mismo producto fosfatado.
La producción de yeso agrícola, por su parte, se mantiene atomizada en distintas empresas de origen minero.
Por otro lado, el mercado de fertilizantes especiales —aquellos productos que no son commodities y que incorporan valor agregado por su composición, tecnología o modo de acción— se encuentra en una etapa incipiente, pero con una adopción que crece de manera acelerada. Se trata de insumos complementarios a la fertilización mineral tradicional basada en nitrógeno, fósforo y azufre, y hoy constituyen la frontera de innovación en nutrición vegetal.
En el caso de la fertilización foliar mineral, las primeras referencias a nivel mundial superan los 100 años de historia. Sin embargo, en Argentina su uso aún está más difundido en cultivos regionales o intensivos, mientras que en los cultivos extensivos continúa siendo incipiente. Estos productos buscan corregir deficiencias de nutrientes minerales, tanto macro como microelementos.
Otro grupo en expansión es el de los bioestimulantes, insumos que actúan sobre procesos metabólicos de las plantas para mejorar la eficiencia en el uso de nutrientes y la performance ante situaciones de estrés biótico o abiótico. La mayoría se aplica de manera foliar y su adopción, aunque todavía baja, registra una tasa de crecimiento sostenida en los últimos años. Dentro de este segmento se incluyen hormonas, aminoácidos, extractos de algas, ácidos húmicos y fúlvicos, elicitores y otros compuestos.
En paralelo, los productos biológicos o biofertilizantes —formulados a base de microorganismos— trabajan en la rizosfera para mejorar la nutrición vegetal, ya sea mediante la contribución directa de nutrientes, como ocurre con la fijación biológica de nitrógeno en soja, o a través de la promoción del crecimiento de las plantas. Su adopción en soja es muy elevada, alcanzando el 90%, y también muestra altos niveles en otras leguminosas como vicia, maní y alfalfa. Entre los promotores del crecimiento, Azospirillum se consolidó como el principal referente desde su incorporación a principios de este siglo, especialmente en trigo y maíz.
Fuente: www.tranquera.com.ar









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